La obligada prevención para la salud
La prevención debe ocupar ahora el lugar que siempre debió tener: el de pilar de nuestra política sanitaria.
Frente a las tragedias humanas y los gastos abismales generados por el aumento aparentemente inexorable de la prevalencia del cáncer, las cardiopatías, la obesidad y las otras enfermedades crónicas, nuestro sistema de salud ha llegado claramente a sus límites, tanto en términos de su efectividad como en términos de su financiamiento. Parece que ha llegado el momento de dar a la prevención el lugar central que el simple sentido común le hubiera dictado ocupar en cada momento en nuestro sistema sanitario.
Desde el terreno de los discursos políticos y las buenas intenciones, la prevención debe ocupar ahora el lugar que siempre debió tener: el de pilar de nuestra política sanitaria. ¡Ya no tenemos el dinero para hacer otra cosa! El actual gobierno ha hablado de la prevención de la salud en términos que la elevan al rango de prioridad nacional y, en los hechos, con sus acciones, como en el diseño del presupuesto para la república para el próximo año fiscal, el Congreso de la Unión y las instituciones que conforman el sistema de salud del Estado pareciera que han hecho de este tema la prioridad de su trabajo y de sus proyectos.
Sin embargo, a pesar de los considerables avances logrados en los métodos de diagnóstico y las tecnologías digitales, y porque combina factores tan heterogéneos como la educación, la dieta, la higiene, los estilos de vida, el medio ambiente o incluso la ubicación geográfica, la prevención de la salud sigue siendo infinitamente más complicada de organizar e implementar que un sistema de atención de salud con objetivos en la atención de enfermos.
Por lo tanto, la tarea es difícil. Incluso parece, en un contexto de deterioro de la demografía médica y dificultades para atender la demanda de atención en muchos territorios, insuperable. Nuestra concepción ilustrada del progreso ha favorecido una visión excesivamente mecanicista del hombre, desalojando al paciente de la práctica clínica para sustituirlo por el estudio de sus órganos, luego de sus células y ahora de su mapa genético.
La organización moderna de la medicina resultante se basa tanto en la estadística (medicina basada en la evidencia) como en el acto médico. Este último se codifica en protocolos emitidos por sociedades científicas, luego en nomenclaturas definidas por las empresas productoras de medicamentos, insumos médicos y aseguradoras. Este enfoque estandarizado “maneja” la enfermedad basándose en una interpretación de los síntomas, aislándolos del contexto de su aparición e ignorando la singularidad de cada individuo. En este escenario, los médicos a veces ya no nos damos cuenta de que ya no tratamos a los humanos… sino la enfermedad.
Este sistema normativo es, por supuesto, completamente incompatible con un enfoque preventivo que requiere una visión del ser humano en su conjunto, de su singularidad y de su entorno, para identificar y actuar preventivamente sobre los factores de riesgo que contribuyen a la aparición de una patología. Para ser eficaz, la medicina ya no puede basarse en simples actos curativos puntuales que están desconectados de la compleja realidad del paciente. Y esto, sobre todo porque los profesionales de la salud somos los primeros en querer encontrar tiempo para hacer mejor un trabajo que la mayoría elegimos por vocación. Y, si queremos ir más allá de la retórica y las buenas intenciones, la implementación de una verdadera política de prevención de la salud no puede estar exenta de cuestionar los fundamentos que actualmente rigen la organización y la prestación de la atención sanitaria, incluidos los mecanismos de pago por cada servicio.
Esperemos que la circunstancia actual del sistema de salud del país conduzca finalmente a un cambio radical de rumbo en la atención de los pacientes y en las prácticas del personal que nos dedicamos a su cuidado, con el fin de devolver nuestra labor a su dimensión original de misión. Se trata de una oportunidad histórica en un contexto no solo de búsqueda de ahorro, sino también de espectacular pérdida de atractivo de algunas de estas profesiones (como es el caso de la enfermería) y de un preocupante declive de la demografía médica en nuestro país.