Eutanasia. Nueva mirada

Abrir la opción de la eutanasia significa obligar a cada paciente, no a elegirla, sino a considerarla, a decirse a sí mismo que debe pensarlo, que puede ser mejor para él o para sus seres queridos.
El descubrimiento de un fémur humano fracturado y consolidado muestra la fecha del inicio de la civilización. Un animal que se rompe una pata muere. No puede huir de los depredadores, ni moverse para beber, ni recolectar, ni cazar. Ningún animal puede sobrevivir lo suficiente como para que su pata se cure y esto se aplica a los humanos, también. Pero encontramos un fémur roto y luego vemos que se ha soldado. Esto significa que otra persona ha cuidado a la persona lesionada, la ha alimentado y protegió el tiempo suficiente para que el trauma sane.
Ayudar a alguien que es frágil, dependiente, es el comienzo de la civilización. No es la técnica utilizada para reparar este fémur lo que hace la civilización, sino la preocupación por ayudar a otro ser humano hecho frágil por un accidente de la vida. Nosotros, quienes nos dedicamos a tratar de preservar y restaurar la salud, y en particular quienes se dedican a prestar cuidados paliativos, nos situamos a la vanguardia de la civilización, ya que se nos confía a quienes están a merced de la muerte, del dolor, a los vulnerables.
Es siempre en la atención prestada a los más vulnerables que nuestra humanidad será reconocida, y en los medios que da a su personal sanitario para cumplir la promesa del cuidado. Desde hace años, nuestro país ha ido abordando temas que se identifican como “progresistas”, entre ellos, de forma silenciosa, se ha ido discutiendo el tema del final de la vida, un debate que nunca se ha cerrado porque la vida y la muerte son preguntas infinitas, pero también porque es un debate político.
Me gustaría recordar que he sido médico por más de dos décadas y que eso me parece suficiente para poder decir que la ley actual, y la Medicina moderna, cuando se conocen y aplican, dan a cada uno la libertad de elegir la intensidad de los cuidados, de detenerlos o limitarlos y de tener un final de vida tranquilo.
En el debate recurrente sobre el final de la vida, dos concepciones de la sociedad chocan, a veces con dureza. Algunos invocan la libertad: “Yo decido lo que es bueno para mí y eso no es asunto de nadie más”. En una sociedad ultraliberal e individualista, es una elección que tiene su propia lógica: una basada en el culto al rendimiento y el rechazo a las debilidades (a las vulnerabilidades). Es una sociedad de gente fuerte, capaz de ver llegar la muerte sin pestañear. Son raros, pero cada vez más y más vocales. Otros eligen la fraternidad. Es el caso en el que se ha fundado la Medicina y que se ha traducido a los códigos legales de algunas sociedades: “No están solos. Pase lo que pase, estaremos con ustedes y haremos lo que sea necesario para aliviarlos, porque pedir la muerte porque están sufriendo no es una elección libre. Es la elección de una sociedad solidaria y fraterna que se preocupa por los más vulnerables, que son los más numerosos”.
Abrir la opción de la eutanasia significa obligar a cada paciente, no a elegirla, sino a considerarla, a decirse a sí mismo que debe pensarlo, que puede ser mejor para él o para sus seres queridos. Sin embargo, la mayoría de las personas gravemente enfermas se debilitan por la enfermedad en estos momentos de angustia. Evocan la muerte o la desean, y luego nos hablan de otra cosa, de proyectos y esperanzas. Una ley que autoriza la eutanasia es una ley para los fuertes que puede no proteger a los débiles.
El sufrimiento es una experiencia subjetiva y singular que no es medible ni objetivable y de la que nadie puede juzgar, ni siquiera el médico. A lo sumo podemos buscar formas de aliviarlo. Y entonces, ¿Quién tendrá que medir el nivel de dependencia o sufrimiento de una persona para asegurarse de que se cumple con una ley que permita terminar con ellos a través de facilitar una muerte deliberada? ¿Quién tendría que decidir si un paciente puede o no beneficiarse de lo que necesariamente se consideraría un eventual nuevo derecho? ¿Quién tendrá que decidir -que medir- si este sufrimiento entra o no dentro de la excepción? ¿Quién va a entrar en la habitación de su paciente e irá a decirle que no, que esta muerte que se avecina es una completamente ordinaria, que no puede pretender ser una excepción? ¿Quién podría decir que tendremos que conformarnos con la muerte de la persona promedio, cuando no hay muchas cosas en la vida más excepcionales que su propia muerte? Nosotros, los médicos.
Un día, Paul Ricoeur dijo que, “…permítanme decir que los problemas realmente difíciles de la moralidad no son elegir entre el bien y el mal. Los casos mucho más difíciles son aquellos en los que hay que elegir entre gris y gris….y, aún más, entre el negro y el negro”.