El futuro

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Desde debates hasta entrevistas, los candidatos a cada cargo público en México -el presidente, los gobernadores- y sus voceros confrontan sus programas. Frente a ellos, los periodistas batallan por encontrar el defecto en las mediciones y cifras, rastreando el realismo detrás de la demagogia electoral. Estamos hablando de la seguridad, del poder adquisitivo, de las … Leer más

Desde debates hasta entrevistas, los candidatos a cada cargo público en México -el presidente, los gobernadores- y sus voceros confrontan sus programas. Frente a ellos, los periodistas batallan por encontrar el defecto en las mediciones y cifras, rastreando el realismo detrás de la demagogia electoral. Estamos hablando de la seguridad, del poder adquisitivo, de las fuerzas armadas, de la educación nacional, del medio ambiente, de la diplomacia. Un tema, que sin embargo representa un ministerio en cada gobierno, es el gran ausente en estos debates: la cultura. Y hace casi un siglo que ningún secretario de cultura, federal o estatal, se ha impuesto en el panorama político nacional.

Las de cultura son las secretarías menos dotadas económicamente, con miserables participaciones presupuestales y el sector se ha visto especialmente afectado por los sucesivos confinamientos. El mundo fue representado en los teatros y cines desiertos durante meses y luego la política siguió su curso hacia otras “prioridades”. En un momento en que el precio de la gasolina está explotando (aunque aquí lo maquillemos), los ucranianos están luchando y muriendo por su libertad, cincuenta millones de mexicanos viven por debajo del umbral de la pobreza y las elecciones y la política barata son el espectáculo cotidiano en nuestro país, el futuro de los teatros parece insignificante. La cultura está presente en las actividades de los mexicanos -que algunos han redescubierto los beneficios de la lectura durante el confinamiento- pero como un entretenimiento para escapar de la realidad. Y, sin embargo, todos los políticos pretenden tener una visión de la política cultural, aunque nunca puedan explicarla.

Sin embargo, más allá de la simple confrontación de programas, son visiones de la sociedad las que se enfrentan entre sí. Después de haber difuminado las huellas del duelo pretendido entre liberales, neoliberales y conservadores en 2018, las elecciones presidenciales de 2024 ya no servirán para dilucidar la preferencia de una política contra otra, sino una elección de una forma de civilización de la cual la cultura mexicana será la base. En un momento en que México está diluyéndose en medio de la cultura global, dominada por la imaginación estadounidense, que el Occidente cristiano no cede ante el islamismo que se cuela en la elección de la ropa o la proliferación de minaretes, los viñedos de Burdeos son comprados por los chinos y la isla de Saint-Louis por los qataríes, reaparecen las camisetas con la efigie del Ché y discutimos en si un ahuehuete es un buen reemplazo para una palmera en una glorieta del Paseo de La Reforma ¿qué alternativa política elegir?

La elección será entre los que quieren que México siga siendo México, la unión popular de culturas de México, la cultura globalista, el rechazo a la cultura mexicana considerada cursi en favor de la creolización o la rendición al wokismo que invoca un nuevo orden basado en el ideal de igualdad. ¿Preferiríamos pensar como Kundera que “la cultura es la memoria del pueblo, la conciencia colectiva de la continuidad histórica, la forma de pensar y vivir” o hacer un barrido del pasado y una instalación en limpio, sintiéndonos culpables de haber llevado dentro de sí sistemas de opresión? Se tratará de elegir el lenguaje en el que expresamos las sutilezas del alma, los paisajes rotos o no por las siluetas de aerogeneradores, los libros y películas purificados de los comentarios considerados discriminatorios, la policromía de la gastronomía mexicana, las estatuas a derribar…

Si la política cultural parece descuidada, la cultura es omnipresente en las bocas de quienes viven de la política y la guerra en Ucrania es un cruel recordatorio de esto. Se ha convertido en un medio de presión política y cultural y los artistas rusos son ahora persona non grata en regiones del mundo que se pretenden nidos culturales -como Zacatecas-. Si seguimos por este camino, pronto, no nos sorprendamos, Chéjov ya no será representado y nos abstendremos de leer a Dostoievski en nombre de una falsa solidaridad que está librando la lucha equivocada. Como en el mundo, en México dos bloques chocan hoy: los que sin darse cuenta se alimentan de las obras maestras de la humanidad como enseñanza universal sin preocuparse por la moralidad, y los que, también sin haberse enterado, priorizan la no discriminación sobre la excelencia y la estética. Dos filosofías de las que brotan dos políticas culturales. Dos políticas de las que está brotando el futuro de México.

Médico*




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