Antineoliberalismo ¿mexicano?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

“La globalización terminó”. En estas semanas se ha escrito mucho sobre esta idea. Incluso ante los ojos de los liberales más dogmáticos, la epidemia de coronavirus reveló la cruel adicción en la que nos había sumido la globalización. “Soberanía” y “autonomía” son palabras que se han puesto de moda y se citan repetidamente después del … Leer más

“La globalización terminó”. En estas semanas se ha escrito mucho sobre esta idea. Incluso ante los ojos de los liberales más dogmáticos, la epidemia de coronavirus reveló la cruel adicción en la que nos había sumido la globalización.

“Soberanía” y “autonomía” son palabras que se han puesto de moda y se citan repetidamente después del inicio de la epidemia, sin que quede claro y exactamente qué elementos nacionales deben ser asegurados, o cómo. Por lo tanto, parece indispensable analizar las raíces de lo que los anglosajones llaman apropiadamente “globalización” para poder deconstruirla eficazmente.

No es verdad que las críticas a la “globalización” son una novedosísima aportación mexicana, ni manifestación del genio de nadie; los cuestionamientos al neoliberalismo son numerosos y añejos, especialmente en Europa, específicamente en Francia.

Estos críticos franceses, al contrario que Marx, no creen que la fuerza laboral requiera de la explotación del hombre por parte del hombre, pero tampoco siguen las ideas de Thomas Piketty, el economista francés contemporáneo que cree reconocer las desigualdades de ayer en las de hoy.

La genealogía del neoliberalismo y de nuestra “globalización”, bajo los auspicios de Thatcher y Reagan, y no Zedillo, De la Madrid y Salinas, para entenderla mejor y según refiere Greéau, “la nueva experiencia liberal tiene sus raíces en los escombros del socialismo real y en el desencanto de las élites occidentales que habían establecido su legitimidad a través del éxito keynesiano”.

El neoliberalismo tampoco es, como lo denuncian sus oponentes, una renovación del liberalismo entendido como lo opuesto al conservadurismo a las maneras del siglo XIX. Tampoco es lo opuesto al socialismo, como afirman sus incensarios.

Ejemplos sobre el tema hay muchos -la vida social da vueltas-, la Revolución Francesa no fue lo opuesto al Antiguo Régimen y después de un tiempo la monarquía absoluta regresó como un calcetín en un pie desnudo, y los franceses acabaron haciéndose cargo de los atributos de “soberano” de su monarca.

Según esta antigua corriente crítica del neoliberalismo, su inherente casta de financistas es una nueva burocracia fuera del mundo productivo que impone sus “precios” como una tiranía a través de un pacto “faustiano” que une al gestor con el accionista: lo somete enriqueciéndolo.

Pero la denuncia de esta esfera financiera en poder autoinstituido -un estado dentro del estado, extraterritorial y supranacional- tampoco es nueva ni mexicana, es europea y se puede leer hace décadas: el ataque al poder de quienes litigan en nombre de los derechos humanos es una manifestación del mismo fenómeno: si los financistas han tomado el poder económico, los litigantes en un ambiente neoliberal han desarmado a gobiernos, sistemas judiciales y parlamentos.

En las cabezas de los antineoliberalistas todo gira en comparación con nuestros patrones heredados del siglo XIX: Se hace todo lo posible para garantizar que el sistema sea sostenible, que los bancos vivan generosamente y que el libre comercio mundial garantice la explotación de los pobres y el enriquecimiento de los ricos. Así, el ahorro ya no es origen de la inversión; los intereses ya no son el precio pagado al prestatario; no hay más prestatarios malos o buenos. La perversa financierización y el libre comercio están vinculados.

El mundo globalizado está bien hecho. Particularmente, México, que podría haber utilizado su gran mercado como arma para proteger a su pueblo, prefirió convertirse en un laboratorio de la globalización.

Se entiende que se pueda estar a favor del proteccionismo, nacionalista en el peor de los casos. Pero ¿cómo imponerlo? ¿cómo derribar el poder conjunto de los dueños del dinero y los litigantes? ¿Debe ser con base en una visión maniquea del mundo, separando lo bueno y lo malo? ¿Prometiendo felicidad a costa de destruir a todos los malos? Un día la burguesía era mala para el comunismo, también lo eran los “europeos”, los “blancos”, los “hombres homosexuales”. Y entonces, un día, la URSS se derrumbó sobre sí misma.

*Médico




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