SIDA, 40 años

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Mañana, se cumple el 40 aniversario desde que se hizo el primer reporte de casos de lo que con el tiempo se convertiría en epidemia de lo que ahora llamamos Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, el SIDA. Aquel 5 de junio de 1981, los Centros de Control de Enfermedades de los Estados Unidos publicaron los casos … Leer más

Mañana, se cumple el 40 aniversario desde que se hizo el primer reporte de casos de lo que con el tiempo se convertiría en epidemia de lo que ahora llamamos Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida, el SIDA. Aquel 5 de junio de 1981, los Centros de Control de Enfermedades de los Estados Unidos publicaron los casos de 5 jóvenes homosexuales habitantes de California que se habían presentado en diversos hospitales con una rara forma de neumonía causada por un germen de incidencia infrecuente que los médicos llamamos Pneumocystis Carninii. Para la fecha de ese informe, 3 de los pacientes ya estaban muertos.

Hasta hoy, el SIDA ha tomado las vidas de unos 35 millones de personas en el mundo y otras tantas portan el virus en este momento, la mayoría en países pobres. Hasta antes de 1995, el diagnóstico era el equivalente a una sentencia de muerte, pero en 1998, ya con los antirretrovirales disponibles, la tasa de mortalidad disminuyó bruscamente un 40%. Hoy, la enfermedad causada por el virus de la inmunodeficiencia humana es una especie de dolencia crónica.

En esos años oscuros, aquellos pacientes -y algunos de sus médicos-, tuvieron que soportar los estigmas de la enfermedad misma y la homofobia, en un momento en que los gobiernos del mundo y buena parte de la opinión pública por largos meses dieron la espalda a la epidemia, a cambio de vidas preciosas.

A México, la epidemia llegó pronto y sus momentos duros se prolongaron mucho. Aquí y en todo el mundo, quienes éramos médicos jóvenes o en entrenamiento nos vimos madurando intempestivamente cuando presenciamos episodios de negativas abiertas a tratar a aquellos enfermos, y debates públicos y en la intimidad de las salas de medicina sobre si existía un deber moral de asumir los riesgos de atender a los pacientes con SIDA. Entonces y durante muchos meses, en los hospitales, en los hogares de los enfermos, en las páginas de los periódicos y en las pantallas de la televisión por cable que recién hacía su estelar presentación, el mundo fue testigo del horror de ver como la sociedad entera le dio la espalda a este sufrimiento, el horror de ver como muchos médicos se negaron a ayudar, a preocuparse, a actuar como los profesionales que se suponía que debíamos ser. Cuando había ninguna alternativa terapéutica eficaz, los médicos marcados por aquella epidemia aprendimos tarde a cuidar, a consolar y a tomar de la mano a quienes, al principio de esa epidemia, no tenía más esperanza que un final digno, perplejos ante las muertes de aquellos hombres y mujeres jóvenes.

El interés por los cuidados paliativos, por la muerte y el cuidado de los moribundos y desahuciados es una de las consecuencias duraderas de la epidemia del SIDA, también le debemos el concepto de la “medicina integrativa” y el renovado interés por algunas enfermedades de los pobres, como la tuberculosis, cuyo estudio y comprensión se vieron beneficiados por el incremento en su incidencia provocado por el virus (el del SIDA). Al revés, quienes recién incursionábamos en los pasillos de los hospitales de entonces teníamos que estar atentos a no distraer la atención de la medicina de todos los días: la de la diabetes, la hipertensión, el cáncer, distraídos por aquella epidemia que se prolongó por años.

Después de unos lustros en los que la Medicina avanzó rápidamente en la comprensión, atención y tratamiento de los enfermos que envejecían con padecimientos “habituales”, inesperadamente, por sorpresa, la epidemia del Covid19 nos ha marcado la carrera a quienes hemos vivido estos dos momentos extraordinarios en la historia de la salud, haciéndonos sentir otra vez a las puertas del averno, con una sensación de extrañeza dolorosa.

Pero la epidemia del SIDA no ha sido el primer problema mundial de salud pública. La historia está llena de antecedentes letales. La aparición de nuevas enfermedades epidémicas es absolutamente previsible. Albert Camus escribió en La Peste: “la gente piensa que la peste proviene de un cielo azul claro, pero ha habido tantas plagas como guerras en la historia de la humanidad, y las plagas siempre toman a la gente por sorpresa”.




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