Mi delito… Ser invisible

Ivonne Nava García
Ivonne Nava García

Desde muy pequeño, sufrió golpes y violencia por parte de su padre.

Hoy en día es tan habitual escuchar noticias en donde algún adolescente está involucrado en hechos delictivos, en algunas ocasiones demasiado graves y violentos. Es fácil simplemente juzgar, pero muchos de estos jóvenes tienen historias personales tan tristes que es difícil imaginar cómo han sobrevivido y, conociendo sus historias personales es mucho más fácil deducir cómo es que llegaron a convertirse en delincuentes desalmados.

Hemos leído noticias nacionales en donde la atrocidad de sus actos nos lleva a concluir que no son personas, sino monstruos que habría que encerrar de por vida. O sí no, mejor, que debería matárseles aplicándoles la pena capital. También se piensa que no merecen vivir y que son un peligro enorme para todos, sorprende además su atrevimiento y el elevado número de actos delictivos que cometieron. Yo no los justifico, pero definitivamente han sufrido demasiado y muchos son víctimas desde que nacieron.

Esta historia es la de uno de tantos adolescentes que han caído en la delincuencia, le enseñaron que con un arma tenía poder y podía conseguir lo que quisiera.

Su niñez

Nació en 1997, en el seno de una familia violenta y desintegrada; fue el segundo de siete hermanos, todos vivían en un cuarto pequeño y en lugar de baño tenían letrina; su “casa” está ubicada en una de tantas colonias pobres del estado.

Se crió en una familia muy disfuncional bajo el mal ejemplo de un padre violento. “Parecía que tenían un pacto en donde todo era posible entre ellos ¿imagínese quéno vimos mis hermanos y yo?”.

Fue maltratado desde siempre, probó la droga desde muy pequeño y estuvo muy vinculado al alcohol. “No había dinero para nada, mi jefe le ponía al chemo y duro al alcohol. Es maistro albañil, pero lo que ganaba no alcanzaba pa’ su vicio y para mantenernos. Cuando se ponía locote, así nos iba a todos. De más morrillo, no nos sacaban del cuarto y veíamos muchas cosas de las que hacen los adultos; luego, de más grandecillo nos sacaban del cuarto, ¿pos a dónde? Al monte, ahí no hay calle solo tierra y nos esperábamos sentados afuera hasta que nos metía mi jefa, a veces hasta la madrugada. Otras veces nomás nos salíamos porque empezaban a golpes y terminaban en el cartón ¿A poco piensa que había cama? Nos dormíamos en cartones porque no había para más”.

Embarazos y odio

“Mi jefa se la pasaba embarazada. Cada embarazo yo sentía mucha rabia porque veía que mi jefe se ensañaba con mi jefa, era cuando más la golpeaba y peor nos iba a nosotros; nos mandaba a pedir limosna para sacar para que el morro naciera en el hospital”.

“A mí me enseñaron que la vida no vale nada porque mis hermanos y yo éramos estorbos. Siempre le decía a mi jefa que todos nosotros éramos unos bastardos, que él no era nuestro padre. De su ejemplo le puedo decir que me enseñó que para demostrar que uno tiene valor hay que ponerse una pistola en la cabeza y jugar a la ruleta rusa, eso hacía con sus amigos: lo que no nos decía, pero que yo sabía es que la pistola siempre estaba vacía. Un día mi jefa nos dijo que mi jefe se había muerto, pero nunca fuimos a su velorio ni a su entierro, no sé qué pasó con él, pienso que nos abandonó”.

Hambre

Siempre quiso tener unos tenis de marca… “A la escuela solo fui hasta quinto, que fue cuando mi jefe se murió; aunque me pegaba hasta sacarme la sangre de las narices, yo lo quería, pues era mi jefe. Ya no quise ir a la escuela, ya no había dinero y el que había era para mis carnales más chiquitos, para que no tuvieran hambre.

Mi jefe me enseñó a pedir, me iba afuera de las escuelas de los ricos a pedir, ahí veía a los niños con sus tenis, siempre quise unos, los miraba que parecía que flotaban. Sus jefas a veces me daban un peso a veces ni me volteaban a ver, como si fuera invisible. Sentía regacho, sentía ganas de quitarles los tenis a los morrillos y un día le pedí unos a mi jefa, me dijo que eso no era para la gente como nosotros, que me esperara a ver si iban a regalar a la colonia.”

Crudo dolor

“Mi jefa se iba a trabajar para mantenernos; trabajaba lavando loza en una fonda, llegaba a las 6 de la tarde, para entonces yo tenía como 9 años y mi carnalita la que me seguía tenía casi 8. Ese día llegué de pedir, apenas iban a dar las 6 de la tarde. A mis carnalitos los dejaba mi jefa con una tía, cuando llegué estaban mis carnalitos debajo de la mesa y a mi carnalita la tenía la pareja de mi tía. Ese bato era un cholo del barrio, yo le tenía miedo porque era bien marihuano; también trabajaba en la obra y mi tía le encargó a mis carnalitos”.

“Yo vi cuando estaba violando a mi carnalita. Me le dejé ir para quitárselo, me dejó bien madreado. Estas cicatrices en los brazos fue de esa vez, me aventó contra la ventana y me corté los brazos con los vidrios: cuando llegó un vecino a quitármelo me estaba ahorcando, me quería matar; se lo llevó la preventiva y mi tía no me creyó, dijo que había inventado todo y que mi carnalita lo había provocado. Mi jefa estaba igual, por eso le guardo rencor, no me creían, mejor le creían a ese bato, mi jefa no puso denuncia por eso que pasó”.

Se los quitaron

“El vecino sí les dijo a los policías lo que había pasado; lo llevaron al DIF y yo no sé qué pasaría, pero un día llegaron unos licenciados por nosotros para llevarnos a un lugar de niños huérfanos. Yo me les pelé, me andaban buscando para llevarme pero no me dejé. Mi jefa anduvo arreglando para que le devolvieran a mis carnales, aunque le batalló, pero sí, primero le regresaron a unos y luego a otros. No sé ni pa’qué, mi jefa no tenía para mantenernos: o nos cuidaba o nos mantenía”.

Le traigo ganas

“¿Usted cree que no? a ese bato que le hizo eso a mo carnala lo quiero matar. También porque a mí me quería matar, cuando se lo llevó la preventiva dijo que me estaba ahorcando porque me había cachado violando a mi carnala. Pero se la rifó porque mi carnala dijo que no. Yo sé que va a salir del bote y lo voy a estar esperando”.

Tatuajes, drogas y violencia

Tiene varios tatuajes, el más grande es el de una figura de la muerte.“Ella me cuida, que mis enemigos no tengan oídos para oírme, que no tengan manos para agarrarme, que no tenga boca para hablar, ni ojos para verme, me lo hice a los 12”.
Se fugó de su casa, ha vivido en la calle, en“tapias”, solo, con su rencor por todo lo que ha vivido.

A los 10 años, en las drogas encontró consuelo y compañía. De ahí también halló la manera de subsistir hasta que lo detuvieron “ya me podía comprar los tenis”.

Lo han procesado por homicidio, portación de armas y otros. Él ya terminó su sentencia y aún se encuentra con vida, de ser detenido nuevamente será juzgado como adulto. “Solo hubiera querido tener una vida normal: estudiar y ser ingeniero o licenciado. Tengo mucho miedo, es como lograr cada día estar vivo un día más”.

Dos caras de la misma moneda

Es muy complicado ponderar estas dos caras de la realidad que se nos presentan tan opuestas y ante las que respondemos de manera completamente contraria: represión frente a protección; violencia frente a cariño; rechazo frente a cercanía. ¿Cómo pedirles una vida digna, alejada de la violencia, si su realidad siempre ha sido violenta?




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