Principio del deseo de la realidad docente

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A Luz María López J, Q.E.P.D., quien permanece en mis gratos recuerdos.   En la mayoría de aquellos niños podía percibirse el nerviosismo en su semblante, tensos porque la maestra anunció la aplicación de un examen. Otros, los menos, aparentaban serenidad al creer sentirse seguros de comprender las instrucciones. Desconocían que la profesora pretendía detectar … Leer más

A Luz María López J, Q.E.P.D.,

quien permanece en mis gratos recuerdos.

 

En la mayoría de aquellos niños podía percibirse el nerviosismo en su semblante, tensos porque la maestra anunció la aplicación de un examen. Otros, los menos, aparentaban serenidad al creer sentirse seguros de comprender las instrucciones. Desconocían que la profesora pretendía detectar el dominio de los contenidos básicos para saber desde qué nivel planearía sus clases.

Como el ciclo escolar había iniciado casi dos meses atrás, la docente comenzó con un dictado de enunciados breves, privilegiando las palabras cortas y pausando su voz para dar tiempo a los pequeños de primer año, pues el grupo estaba constituido también por niñas y niños de segundo y tercero.

Hacía años que un solo profesor daba las clases a todos los grados, era una proeza preparar clases e impartirlas de manera simultánea a sus cuarenta pupilos. Con la llegada de esta nueva profesora sintió aligerarse el peso de la responsabilidad, pues sería posible dar una mejor atención a los muchachos de los grados superiores, que aspiraban a estudiar la secundaria.

Aquella pequeña comunidad, ubicada en una llanura semidesértica y aislada, tenía en la escuela la única oportunidad para que los infantes aprendieran sobre ciencias, lenguaje, matemáticas.

Madres y padres de familia mostraban interés en educarles, enviando a sus hijos con regularidad, solo faltaban en el inicio de los cultivos de temporal, pues ocupaban a los pequeños como sembradores en las parcelas del ejido.

La agricultura, el cuidado de unas cuantas cabras, la producción en baja escala de carbón de mezquite, combinados con el tallado de ixtle y la recolección de candelilla durante la seca, permitían, con grandes esfuerzos, la manutención de las familias.

Ante la carencia de agua potable era difícil tener buena salud y conseguir hábitos de limpieza. El almacenamiento de agua que lograba contener el estanque, ubicado a la orilla del poblado, era insuficiente porque también se utilizaba para abrevar el ganado. En el plantel, el piso y los pupitres estaban cubiertos con una fina capa de polvo parduzco, producto de las tolvaneras intensas de los primeros meses del año.

Una pequeña de siete años que cursaba segundo grado, sentada a media fila, preguntaba sobre el dictado del examen…

_ “¿Cómo dijo, maestra?”

La profesora, gesticulando las palabras repetía la oración. La niña, con la boca entreabierta, apoyando los dientes superiores en el borrador de su lápiz, el ceño expectante y los ojos esperanzados, volvía al escrito. Desde el frente podía advertirse que escribía despacio, porque los movimientos de su cuerpo reflejaban el esfuerzo de su mano al trazar las letras sobre la hoja del cuaderno.

Esta escena fue reiterativa en esa evaluación diagnóstica. Al término, la mentora recogió los trabajos, sorprendiéndose al ver la escritura de la alumna: una plana con la letra “n”, otro niño también llenó su hoja, pero con la letra “s”.

No hay angustia mayor en el profesorado, que encontrarse tan lejos del principio del deseo.




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