Mi delito… estar mal

Existen situaciones tan irracionales, que a veces ni en la ficción se conciben. Existen personas que pasan por la vida como unos huracanes dejando daños irreversibles. Para ellos solo existe su voluntad, sus deseos, sus gustos. Pero valdría la pena meditar si en verdad es un gusto autodestruirse. Para quien solo impera su voluntad, sí. … Leer más

Existen situaciones tan irracionales, que a veces ni en la ficción se conciben. Existen personas que pasan por la vida como unos huracanes dejando daños irreversibles. Para ellos solo existe su voluntad, sus deseos, sus gustos. Pero valdría la pena meditar si en verdad es un gusto autodestruirse. Para quien solo impera su voluntad, sí.
Esta historia es la de un hombre cuyos excesos lo llevaron a la muerte, dejando a su paso una serie de sufrimientos para su hijo, esposa y familia.

Mi papá
No quiero a mi papá. Cuando estaba más chiquito creía todo lo que me decía y creía que mi mamá era mala. Me di cuenta de que no, cuando ya no se escondió para hacerle daño, cuando en la escuela me dijeron que era malo que nos golpearan y nos maltrataran. 
Cuando estaba chiquito, me decía que no me comiera la comida de mi mamá porque no era buena, que tenía moscas, luego se reía, pero yo ya no comía. Mi mamá me rogaba que comiera, pero yo no quería, me lo decía cuando ella no escuchaba, Siempre nos golpeaba y yo creía que eso era normal, que así trataban los papás a sus hijos. 
Le tenía mucho miedo porque cuando llegaba borracho, que era casi diario, llegaba muy enojado a pegarle a mi mamá y luego a mí. 
Se ponía como loco y nos sacaba a la calle cuando llovía. Ahí afuera nos quedábamos mi mamá y yo, mi mamá me tapaba con sus manos, para que no me mojara. Él ponía la música muy fuerte y seguía tomando y hasta casi que ya iba a salir el sol, se quedaba dormido y mi mamá me metía por la cocina para que no se diera cuenta. 
Siempre quería que yo anduviera con él, decía que para que fuera a aprendiendo a ser hombre. Tenía como 7 años. 
Cuando algo no le gustaba me decía niña, luego escuchaba a mi abuelo que a él también le decía que era vieja. A mí no me gustaba que me dijera así, me lo decía enojado. Yo le tenía miedo. 
Nunca me decía por mi nombre, me decía cabezón, yo no estaba cabezón. Me llevaba con él no importaba que anduviera en el rancho tomando cervezas. Muchas veces nos daba la noche y él se iba a la zona de tolerancia y me dejaba en la troca afuera para esperarlo.

Mi esposo
El papá de él era patrón de mi papá. Yo tenía 16 años, él tenía 18. Duramos 3 meses de novios y nos casamos. Al principio era bonito, yo tenía mucha ilusión. El primer año fue el más bonito. De ahí las cosas se fueron echando a perder. 
Yo también había salido de otro rancho más humilde que ese y pensaba que así estaba bien, pues yo ya estaba casada. Su familia se metía mucho, su mamá lo sobreprotegía. Casi no lo dejaban que estuviera conmigo. Vivíamos en la casa de los papás de él, pero se lo llevaban todo el día. 
Quedé embarazada a los 3 meses, pero se me vino el bebé porque tenía una infección que él me pegó. Tardé otro año en quedar embarazada. Yo veía cosas muy raras entre ellos, miraba que mi suegro le decía a mi esposo que era su niña y se me quedaba viendo y luego le decía que él qué sabía de amores si a él le gustaban los “jotos”. Cuando le decía eso mi esposo se iba a emborrachar.

Alcohol y parrandas
Siempre que estaba borracho dejaba de ir a comer a la casa, a veces llegaba a las tres o cuatro de la mañana. Todo eso empezó a ser muy feo. 
A mi no me gustaba que llegara borracho, porque parecía otro, olía muy mal y llegaba a querer estar conmigo y me reclamaba que yo era su mujer y que le tenía que cumplir. Muchas veces me forzó. Me lastimaba, yo sufría mucho, pero creía que así era estar casada.
Quedé embarazada y ese tiempo me respetó, no me pegaba, ni me forzaba. Pero un día me dijo que como yo no quería, se había ido con “las güilas” a la zona. 
Cuando nació mi hijo, mi suegro decía que el niño no era de mi esposo, que era de un viejo del rancho. Me decía que a su hijo le gustaban los “jotos” que como me iba a hacer un hijo. Yo no entendía porque me decía todo eso. 
Seguido se iba a la zona, a mí eso no me parecía, pero si le reclamaba algo, me golpeaba y yo mejor me quedaba callada. De todas maneras, cuando llegaba borracho llegaba a pelearnos.

La corría de la casa
Me sacaba para afuera de la casa no importaba que estuviera lloviendo o haciendo frío. Siempre me estaba corriendo de la casa. Me decía que nada de eso era mío, que yo era una arrimada. Estábamos en la casa de sus papás. 
Cuando estaba bien yo le decía que me hiciera mi casa, que para que el niño tuviera su casa bien. Él me decía que sí. Mi esposo trabajaba para su papá y todo nos lo daban ellos. Ellos nos daban de comer, me llevaban calzones y brasieres, le compraban las cosas al niño. A mi no me llevaban a comprar nada, ellos me daban las cosas. 
Una ocasión le dije que yo quería qué el me diera el dinero para yo comprar para hacer de comer. Esa vez me golpeó tanto que me desmayé. Me dijo que era una cualquiera que lo que quería era andar de “güila” con los viejos del pueblo. 
Así con la ropa ensangrentada me sacó a la calle. Estaba toda desgreñada. En el rancho nada más hay como 10 casas, los vecinos ni se daban cuenta. Ahí me tuve que quedar, porque no había ni para donde irme. Me metió cuando despertó el niño llorando.

Sufrimiento y humillaciones
Cuando nos casamos mi esposo le decía a su papá “ya ves cómo no soy niña”. Su papá nada más se reía y le decía, “tú eres mi niña”. Yo no entendía esas cosas hasta que un día lo vi. 
Ese día se me hizo muy raro que me mandara al pueblo a comprar unas cosas. De regreso me encontré a su papá y me trajo al rancho. 
Su papá venía muy enojado y me venía dice y dice que ya le había dicho que no me dejara salir porque entonces no iba a saber de quién eran los chamacos. 
Entonces paró la troca, yo todavía estaba chiquilla. Apenas el niño iba a ajustar como los dos años y venía dormido. Me empezó a manosear los pechos. Yo me asusté mucho. Me bajé de la troca y bajé a mi niño, me fui rápido para la casa para decirle a mi esposo, no lo encontré y lo fui a buscar al potrero. 
Yo no quiero ser mala, pero estoy segura de lo que vi y él estaba con un hombre con los pantalones abajo. Le grité y me dijo, “hágase para allá”. Y me moví y me fui para la casa de sus papás. 
Le dije a mi suegra lo que había pasado en la troca y lo que había visto en el potrero. Me metió una cachetada, no me creyó. 
Llegó mi esposo y ella le dijo que yo andaba inventado esas cosas y que andaba seduciendo a su papá. Él se me fue directo a golpearme. 
Me agarraba de las manos y me las doblaba para atrás yo no me podía defender me decía que era una zorra que yo andaba provocando su papá. Sus papás le decían mátala y mi niño no dejaba de llorar.

Su calvario
Yo estaba muy tonta, creía que así tenía que ser, que él iba a cambiar. Me daba vergüenza platicarles a mis papás. Casi no los veía, pero yo no les decía nada. Sufría en silencio porque yo nunca vi que mi papá tratara a mi mamá así. Yo me sentía fea y gorda, me decía que yo estaba asquerosa y creía que no valía nada, que me merecía que me tratara así.
Las cosas no cambiaron, él siguió con sus cosas, con su alcoholismo y sus parrandas. El niño fue creciendo. Un día mi hijo me dijo: “mamá, vámonos de aquí”. Esa vez él vio que su papá me había forzado. Como pude le llamé a mis papás y les expliqué. Mi papá nos sacó de ahí. Me gritaba que nos íbamos a arrepentir.

Grave enfermedad
Desde el día que nos fuimos, agarró más feo la parranda, se divertía y les decía a la gente del rancho que era libre. 
Como a los 2 años de que nos fuimos, supe que se lo habían llevado al hospital porque estaba muy grave. 
Me hablaron para que fuera a verlo pero yo no quise ir. Me dijeron que ya se le había podrido el hígado y que se estaba muriendo. 
Apenas tenía 30 años cuando se murió. Nos dejó marcados. El daño que nos hizo nunca se nos va a olvidar.

Historias de lobos llega a su noveno aniversario

Ya son 9 años de escribir estas historias.
La vida está llena de situaciones difíciles. Hay personas a las cuales les toca vivir verdaderos infiernos en vida. Yo estoy convencida de que todo se puede evitar previniendo. Socialmente falta apostarles mucho a los valores, fomentarlos en casa, no manejar la doble moral, aprender de los errores, pedir perdón, dejar de ser indiferentes ante las desventuras de los demás y tantas cosas más que ayudarían a mejorar todo lo que estamos viviendo como sociedad y que no podemos seguir siendo indiferentes y culpando a alguien más de lo que pasa.
Apreciados lectores, les agradezco mucho seguir contando con el favor de su lectura y verdaderamente espero que estas historias sean de utilidad para prevenir. Y que las experiencias de algunos sirvan para que no se sigan repitiendo estas situaciones que generan tanto daño.

Imagen Zacatecas – Ivonne Nava García