Tiempos difíciles

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

En este largo año de pandemia, muchas iniciativas han florecido con el fin de no hundirse, de “mantener un vínculo con el público”; son iniciativas basadas en la tecnología para “reemplazar” a los teatros, un recorrido virtual para “reemplazar” los paseos por los museos, el fortalecimiento de Amazon mediado por “clics” para “reemplazar” las librerías, como … Leer más

En este largo año de pandemia, muchas iniciativas han florecido con el fin de no hundirse, de “mantener un vínculo con el público”; son iniciativas basadas en la tecnología para “reemplazar” a los teatros, un recorrido virtual para “reemplazar” los paseos por los museos, el fortalecimiento de Amazon mediado por “clics” para “reemplazar” las librerías, como el desarrollo de Netflix y otras plataformas de vídeo para “reemplazar” a los cines. Muchos lo han aplaudido este “nuevo mundo”: pero ¿es esto razonable?

Por supuesto, el desafío que significó la pandemia a los actores -literalmente- de todos estos sectores puede haber encontrado respuestas para saciar la sed de que proceden de estos placeres, pero es precisamente la ausencia de este verdadero compartir lo que preocupa. Como si este nuevo mundo sólo pudiera ser virtual. Como si los artistas, los seres humanos, los vendedores de boletos ya no fueran necesarios. Este es el riesgo mortal que llevan intrínsecas estas iniciativas.

Porque si el streaming fuera suficiente, pronto no habría más
teatros, perderíamos este deseo regular que empuja a salir de casa, el olor a teatro cuando entras en él, los momentos inolvidables que preceden a la apertura del telón, el murmullo repentinamente suspendido en la sala, los actores cuya presencia encarnada crea un vínculo con el público y la intimidad compartida.

Si el streaming fuera suficiente, no habría más salas de conciertos, con su acústica que dan la sensación de que uno se encuentra como dentro de una caja de violín, esta presencia sonora de instrumentos que sucede gracias al esfuerzo o la gracia táctil de los músicos, un sonido cuyo efecto es una emoción sensual.

Tampoco habría actuaciones de baile con estos cuerpos con vibraciones físicas, el chillido del cuero en el suelo, la fuerza desnuda del gesto, las luces que recortan desde mil puntos de vista según el lugar en el que uno se siente.

Lo virtual niega lo físico, la intimidad de este intercambio entre los cuerpos que dan y los que reciben: ofrece dibujo sin color, reduciendo la visión a una claraboya estrecha que, encogiendo los cuerpos acorta la emoción.

Si el recorrido virtual de los museos (que el caló cibernético aún no ha nombrado con algún indispensable vocablo inglés pegajoso y descriptivo) era necesario, no más mirada escogida, cercana, remota, más intercambio de luz, más acercamiento al gesto del pintor en su grano, más esta mirada silenciosa e indispensable desde ángulos diversos que se lleva su tiempo. Más de esta meditación íntima que pone a todos en contacto personal con la obra, sin un comentario obligatorio, una relación amorosa.

Si Netflix y otras plataformas de vídeo triunfan para siempre, no habrá más emoción por ir al cine, por pararse frente a los carteles que despiertan el deseo de entrar. No más espacio para la búsqueda de un diálogo, una nueva poesía, incluso antigua, un ritmo diferente al que ahora sufrimos, estandarizado, que ya da a la mayoría de las películas una especie de taquicardia visual, estandariza sentimientos, pasiones o incluso provocaciones, rompe, reduciendo el universo cinematográfico al de la serie cuyos recursos, tan eficaces como son, eliminan cualquier sorpresa de la narrativa visual.

Y si Amazon y otras plataformas ganaran, más que perder las librerías perderíamos lo que es tan importante como los libros: libreros. Para comprar un libro, tienes que quererlo por un librero, que lo haya leído y que sabe en pocas palabras guiarte hacia él. Al menos tienes que poder pasear por una librería, sentirte atraído por una portada, sorprendido por un título, atraído por unas páginas leídas de pie, que te animan a continuar. Se necesita el placer de descubrir. Lo contrario de la fría relación con un clic que reduce el libro a una mercancía.

Por supuesto, en estos tiempos difíciles estas soluciones eran necesarias – como el disco es necesario cuando no se puede ir al concierto, la captura cinematográfica es necesaria cuando no se puede ir a la ópera, la televisión es necesaria cuando no se puede ir al cine. Pero el renacimiento humano debe basarse en la realidad. No en la ficción.




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