Sanción improcedente

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Con admiración y cariño, a mi abuelo paterno.   “La propuesta es que se expulse del ejido a Don Pedrito”, declaró el Presidente del Comisariado Ejidal en turno, ante la asamblea esperada por muchos, en aquella estancia iluminada por una tenue flama de la bombilla, activada con petróleo cuya luz se empañaba por la densidad … Leer más

Con admiración y cariño, a mi abuelo paterno.

 

“La propuesta es que se expulse del ejido a Don Pedrito”, declaró el Presidente del Comisariado Ejidal en turno, ante la asamblea esperada por muchos, en aquella estancia iluminada por una tenue flama de la bombilla, activada con petróleo cuya luz se empañaba por la densidad del humo de tabaco que generaban los cigarros de hoja de la concurrencia. Se incrementó la humareda porque el ambiente tenso, hacía “chupar” hasta que la colilla quemaba los dedos por los nervios existentes desde muchos días antes, conjugándose con la emoción y el deseo “de poner un alto” a aquel señor que, a su juicio gradualmente estaba convirtiéndose en patrón.

Pocas veces hubo tan alta asistencia a una asamblea general de aquella comunidad. Era especial porque también habían asistido tres funcionarios de Gobierno del Departamento Agrario.

El Delegado tenía información previa del asunto y, con una serenidad envidiable, con un tono de voz fuerte y pausado externó las siguientes preguntas.

“¿Don Pedro Meléndez Mendoza tiene más tierras de las que dispone el promedio de los aquí presentes?”

“No”. Contestó quien dirigía La Mesa de los Debates. “Igual que los demás, tres hectáreas de temporal”.

“Entonces ¿Le asignaron una parcela más cercana a los afluentes de agua durante las lluvias?”

“No, está a la misma distancia del arroyo principal igual a muchos de los agricultores”, fue la respuesta.

“¿Cometió algún abuso para apropiarse de la parcela más fértil?”

Otra respuesta apesadumbrada. “No, es igual que otras parcelas de ese sector agrícola”.

– “¿En qué se fundamenta su solicitud?”.

La voz sonó a reclamo: “En que él ya se siente patrón. Compró ‘La casa grande’. Ya no puede ser ejidatario como los demás”.

– “Lamento decirles que ninguna ley limita a los ejidatarios a trabajar más y adquirir propiedades, siempre y cuando sus fondos tengan procedencia lícita”. “Si este agricultor ha tenido mayores posibilidades es porque sus cosechas han sido buenas, ha labrado bien su tierra, al hacer los bordos suficientemente fuertes para retener el agua de la lluvia, ha sembrado y cultivado a tiempo; ha rehabilitado las acequias desde semanas antes del tiempo de aguas.”

Arriesgándose a un motín, advirtiendo una magnifica oportunidad para dar una lección trascendente, prosiguió.

“Señores: lo que deben hacer ustedes es seguir el ejemplo de laboriosidad que les ha puesto. Levantarse de madrugada, tener mayor esmero en criar su yunta, sus aperos de labranza, acondicionar mejor la surquería, cuidar sus cultivos librándolos de hierbas nocivas. Si él ha tenido la capacidad para adquirir esa gran finca, ustedes también podrían tener recursos suficientes para comprar o edificar algo parecido”.

“Seguir perteneciendo al registro del ejido o renunciar a sus derechos, es decisión suya, no de la concurrencia. Esta reunión es inconsistente con ese objetivo”.

“Se declara cerrada la sesión. Buenas noches”.

Las mayorías a veces se equivocan. En este caso, el argumento fue poderoso porque estuvo sustentado por hechos irrefutables.

 




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