Dos derrotas

José Luis Medina Lizalde.
José Luis Medina Lizalde.

El 5 de junio hubo dos derrotas: la electoral a cargo de los partidos opuestos al proyecto liderado por López Obrador y la política del antes imbatible poder mediático, pieza esencial del viejo régimen. Los más prominentes voceros del aparato mediático le echaron “el caballo encima” a los dirigentes de la coalición opositora por los … Leer más

El 5 de junio hubo dos derrotas: la electoral a cargo de los partidos opuestos al proyecto liderado por López Obrador y la política del antes imbatible poder mediático, pieza esencial del viejo régimen.

Los más prominentes voceros del aparato mediático le echaron “el caballo encima” a los dirigentes de la coalición opositora por los resultados electorales del pasado 5 de junio. Algunos como López Dóriga y Loret de Mola reaccionaron con más indignación que los militantes de partidos derrotados.

Marko Cortés, Alito Moreno y Jesús Zambrano reciben estruendosa tunda mediática como preámbulo de lo que les espera cuando enfrenten a los de sus respectivos partidos previamente persuadidos por los medios de que los tres son únicos culpables de la catástrofe, cuidándose de no poner el acento en el papel de Claudio X, líder real de la coalición integrada por PRI, PAN Y PRD.

Cuando abrazan la causa de la oposición al régimen muchos fanfarronean ser la verdadera y a veces única oposición, apartándose de la premisa básica de que el único periodismo legítimamente opositor es el de publicaciones como “Regeneración” de Morena, “La República” del PRI, “Nación” del PAN y otros medios de difusión creados con el propósito se propagar una doctrina política y un quehacer partidista específico y que con todo derecho subordinan la línea editorial a los intereses de su partido.

Lo legítimo es que los medios de comunicación vendan su capacidad de difundir mensajes al gobierno y al sector privado y su atractivo se mide en volúmenes de audiencia y circulación de lectores, la autonomía editorial de los anunciantes públicos y privados es esencial pero la dependencia del dinero público y del privado ha distorsionado el sano desarrollo de la industria informativa a pesar de que la ciudadanía mexicana, alertada por los propios medios de comunicación sobre su parcialidad editorial, vive una etapa sin precedente de cotejo de la información que se recibe respecto a cada suceso trascendente. Hoy la credibilidad se disputa a cada paso, en cada cobertura, en cada postura pública.

Desde El Porfiriato, los gobernantes han tenido de su lado los grandes medios de comunicación con las únicas excepciones de períodos en que las minorías ricas están en contra del gobernante como Madero, Cárdenas y López Obrador.

Cuando los medios tienen que elegir a quien subordinar su línea editorial, el poder económico gana la partida exponiéndolos a la pérdida de credibilidad como vía rápida a la pérdida de rentabilidad, como hoy es evidente.

Demasiado obvios

Los medios de comunicación en su mayoría, participan en campañas de desprestigio de las obras de gran calado emprendidas por el gobierno de López Obrador, llámense Tren Maya, AIFA, nueva refinería, etcétera y con un clasismo digno de análisis, satanizan la reorientación del presupuesto nacional hacia sectores y territorios marginados, reportan los hechos criminales como si fueran una realidad apenas surgida, sin adentrase en los orígenes del incendio. Durante la discusión de la reforma eléctrica, se alinearon a los intereses de Iberdrola y similares y con tono complaciente difundieron cada signo de disgusto de empresas y gobiernos extranjeros.

La alianza de facto entre el poder mediático y los opositores no ha logrado mellar el respaldo mayoritario a la gestión transformadora de López Obrador habiendo, como es lógico, una variedad de motivos de insatisfacción social; en parte debido a la incapacidad para esconder la tirria que les provoca el Presidente y los que llaman chairos, peje zombis y demás adjetivos calificativos al mismo tiempo que señalan que el principal blanco de sus cotidianas descalificaciones “polariza a la sociedad”.

Contribuye al fracaso político de los medios el ejercicio irrestricto de la libertad de expresión para decir que no existe libertad de expresión, siendo llamativo constatar que veteranos de los medios que jamás cuestionaron al viejo régimen ahora hablen del Presidente como “dictador” “mesías” o lo califiquen de “populista” sin entender el significado del vocablo.

¿Aprenderán de sus errores?

Sus contradicciones discursivas resaltan la ausencia de narraciones imparciales y repaso analítico del acontecer de interés general, la gente aprendió a defenderse de la manipulación. La tecnología cambió el panorama, las redes convertidas en democrática plaza pública gestan ciudadanía pensante que se informa como nunca antes, que analiza y decide, niega o apoya según el caso.

La credibilidad es requisito para que la voz de un periodista sea atendida y la empresa de comunicación sea legítimamente rentable.

El frentazo político del poder mediático anticipa un sistema comunicacional democrático, equilibrado y nada faccioso.

Que comunique la realidad sin favorecer al poder o a la oposición. Que nos haga crecer a todos como individuos y como país.

Que la industria de la información asuma los valores del periodismo aceptados en todo el mundo.




Más noticias


Contenido Patrocinado