Discípulos ¿en cuarentena?

Sigifredo Noriega Barceló.
Sigifredo Noriega Barceló.

Estar en cuarentena ha sido un tema recurrente los últimos meses. No se refiere a la cantidad matemática de tiempo de confinamiento sino al ‘estar en casa’, como medida preventiva y modo de colaborar para la mitigación de los efectos de la crisis sanitaria. Nuestra vida ha salido de la costumbre y ha sido afectada … Leer más

Estar en cuarentena ha sido un tema recurrente los últimos meses. No se refiere a la cantidad matemática de tiempo de confinamiento sino al ‘estar en casa’, como medida preventiva y modo de colaborar para la mitigación de los efectos de la crisis sanitaria. Nuestra vida ha salido de la costumbre y ha sido afectada de muchas maneras.

Cuáles sean las consecuencias emocionales, afectivas, morales, espirituales, presentes y futuras, no lo sabemos; las económicas están a la vista. El discípulo de Jesús ha sido puesto a prueba de muchas formas; quizás la más visible ha sido el traslado del templo y del altar a la sala de la casa.

En el texto evangélico del domingo pasado Jesús vive algo parecido: se sale de lo ordinario, lo bien sabido y practicado, lo religiosamente correcto. La manera como expresa el llamado a su seguimiento radical suena a romper con la familia y las demás cuerdas que ‘amarran’ con las seguridades conocidas. El texto se inscribe en las recomendaciones que da a los discípulos enviados a predicar la Buena Nueva. Es un texto exigente, incómodo, sólido, retante, aplicable en cualquier cuarentena.

Jesús pide radicalidad en el seguimiento. Nada hay superior para quien ha hecho la opción por Él. El ‘cambio de casa’ no deja al discípulo a la intemperie. Jesús no se opone a la familia, ni al amor humano, ni a las instituciones que éste ha creado; va mucho más allá. El discípulo encontrará una nueva familia basada no en la sangre, sino en el espíritu. Los que escuchen la palabra serán los miembros de la nueva familia y establecerán vínculos más fuertes que los momentáneos de la sangre o de la conveniencia.

El amor infinito de Dios y el amor radical a Jesús no empobrecen a la persona; al contrario, la enriquecen haciéndola madurar. Jesús une el amor verdadero a tomar su cruz y hacerse responsable de la vida. Solamente este amor hace crecer a la persona y abona al mundo la bondad del amor fecundo. Lo que distingue al discípulo de Jesús es el dar y darse en cuarentenas y más allá de ellas. La fe en Él es un don pero también una opción radical. Por eso Jesús pide renunciar a la propia vida y dejarse seducir permanentemente por Él.

Nuestro mundo necesita de discípulos sólidos en su fe. El amor que irradia debe notarse en un ambiente sano en el hogar y más allá de las cuatro paredes del confinamiento; en el gesto de escucha, generosidad y cercanía con el prójimo que se siente asfixiado por el desconcierto y la incertidumbre; en el compartir el pan y la sal con quienes padecen distintos tipos de hambre; en la responsabilidad solidaria que cuida el ambiente sano en las calles, empresas, fábricas… En todo lo que hace presencia testimonial de Iglesia en los renglones, torcidos o derechos, de la pandemia.

Los bendigo al terminar este especial mes de junio.

*Obispo de Zacatecas




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