Milagros

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

¡Qué milagro! Le decimos a alguien a quien hace mucho que no vemos y que, por supuesto, nos alegra encontrarnos. Y el término, para fines prácticos, se ha vuelto más bien un tanto mítico.

¡Qué milagro! Le decimos a alguien a quien hace mucho que no vemos y que, por supuesto, nos alegra encontrarnos. Y el término, para fines prácticos, se ha vuelto más bien un tanto mítico.

Y si vamos al templo del Santo Niño de Atocha, en Plateros, o a la basílica de San Juan de Los Lagos, casa de la Santísima Virgen de San Juan, encontraremos salas completas destinadas a los retablos, esto es, testimonios gráficos de millares de personas que, ante un imprevisto desafortunado como una enfermedad grave, un accidente o hasta la pérdida de un empleo, se encomendaron con devoción a la piedad divina habiendo encontrado eco a sus constantes y profundas peticiones.

Tony Meléndez, un Nicaragüense que nació sin brazos, aprendió a tocar la guitarra con los pies -y lo hace de forma extraordinaria, además- y suele decir al exponer su impresionante testimonio de vida: “¿dónde están los milagros?… cuando yo veo una mano, que alguien levanta la mano, para mi eso es un milagro”.

¿A dónde voy con todo esto? A que se dé cuenta usted de que Dios tiene muchas y muy diversas formas de “tocarnos”. Yo he podido experimentar a título personal la ocurrencia en mi favor de innumerables milagros. Doy gracias que, hasta el momento, ninguno tal vez que pudiera llamar la atención de usted o de la opinión pública por no tratarse de algo humanamente extraordinario, no ante los ojos de los demás, por lo menos. Pero sí he recibido favores que se dieron de manera inexplicable, después de pedirlos con vehemencia a mi Creador, y también he sido partícipe de múltiples regalos de la naturaleza -como una mano que se levanta para Tony Meléndez- que son extraordinarios y maravillosos, y que, ¿sabe qué? me han sucedido y me siguen sucediendo casi a diario. Y le aseguro que a usted también pero tal vez ha perdido la capacidad de verlos, y de maravillarse con ellos.

Los colores del cielo en una puesta de sol, por ejemplo. Una suave brisa que le refresca de pronto en un caluroso día o hasta una ligera lluvia que le riega el jardín haciendo la tarea por usted. Una llamada inesperada de un familiar cercano que le llama solo para saludarle en un momento en el que usted verdaderamente lo necesitaba o el saludo amable de un desconocido cuando iba usted conduciendo su coche enojado porque ya iba tarde para alguna cita. Y, claro, aquel correo o llamada que venía usted suplicándole a Dios que se suscitara por todo lo importante que representaba para usted en ese momento crucial de su vida.

Todos los días y a toda hora ocurren milagros y hay que agradecerlos y no dejar de pedirlos, por supuesto, porque Dios nos escucha y a veces nos da lo que necesitamos -y más que eso- aunque no necesariamente se lo hayamos pedido.

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