Gratitud

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Agradecer implica poner los ojos en lo que se te ha facilitado: implica centrar tu corazón en ello.

“Donde está tu tesoro, allí está tu corazón” dijo Jesús. Uno termina convirtiéndose en aquello (bueno, mediocre o malo) que va aceptando en su vida. Uno es sus luchas, resistencias y rencores. Somos lo que hacemos, no lo que creemos que somos y menos lo que decimos que somos.

Estas creencias contribuyen a mi apuesta por la gratitud. Agradecer implica poner los ojos en lo que se te ha facilitado: implica centrar tu corazón en ello.

Nacemos solos, sí, pero somos criados en comunidad. Nuestro crecimiento no puede mantenerse de modo aislado. Lo que no fluye se estanca. Lo que no se comparte se pudre. Lo que no se entrega no rinde fruto.

Retomo la cita de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Vive uno inmerso en las decisiones que son causas de muchas consecuencias. Yo soy lo que me han dado, lo que me han enseñado, lo que me han forjado.

Soy, sobre todo, lo que me he permitido, a lo que me he resistido y a lo que no. Como valoro tantos dones, me veo obligado a conservarlos.

Cuando decimos “gracias”, estamos reconociendo esas gracias, esos favores que se nos hacen. Son gracias, dones, mercedes. Los nombramos porque los reconocemos frente a nuestros auxiliadores; reconsideramos esos regalos como algo que se nos otorga para apoyarnos.

Como en el mito del héroe esgrimido por Joseph Campbell, llega un momento en que, para el cumplimiento de nuestra misión, se nos es obsequiado algo que en efecto nos ayuda a recorrer mejor nuestro camino. Un momento o dos porque, después de cada muerte y resurrección del héroe que hay en nosotros, podemos regresar con lo que el propio investigador llama “elíxir del conocimiento”.

Toda gracia tiene un propósito: ayudarnos a superar los obstáculos y mejorar nuestra calidad de lucha. No importa mucho el destino sino en quién nos convertimos para llegar a él. Importa más el trayecto que el final de él. Eso lo he aprendido, por ejemplo, de Alonso Quijano, que en un lugar de La Mancha se convirtió en tal desfacedor de entuertos que incluso los bachilleres ambicionaban el honor de pelear contra él y por eso se disfrazaban.

Agradezco, y al hacerlo reconozco también que nada puedo hacer solo. Nací en comunidad, en ella me desenvuelvo no tanto por mis méritos como por la ayuda de otros. Agradezco y, al hacerlo, valoro.

Digo “gracias” como una forma de bendecir ―decir bien― a los otros pero también a mí. Agradezco y sé que al hacerlo me dispongo a recibir más y me comprometo a más dar.

Bendita, difundida siempre sea la gratitud.

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