Fe en salida

No sé cómo le hubiera ido a Jesús si fuera ciudadano mexicano en el siglo veintiuno.  Mi duda brota de las palabras que dirige a la mujer cananea (no judía): “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. La expresión podría sonar ofensiva, discriminatoria, despectiva. Quizás Jesús ya hubiera … Leer más

No sé cómo le hubiera ido a Jesús si fuera ciudadano mexicano en el siglo veintiuno.  Mi duda brota de las palabras que dirige a la mujer cananea (no judía): “No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos”. La expresión podría sonar ofensiva, discriminatoria, despectiva. Quizás Jesús ya hubiera sido denunciado ante alguno de nuestros tribunales por la presunción del delito de misoginia, discriminación y lo que resulte. No hay duda de que nuestras sensibilidades son otras.  
¿Procedería la acusación? ¿Seríamos cómplices los cristianos del siglo veintiuno? ¿El Evangelio de Jesús caería en descrédito por no favorecer los derechos humanos de mujeres y extranjeros? No hay duda que son cuestionamientos fuertes que piden una explicación satisfactoria. En principio, tenemos que poner las cuestiones en su justa dimensión de tiempo, geografía y otras circunstancias. No debemos hacer juicios sumarios, a la ligera, con un desfase de milenios. Urge, pues, comprender el contexto de ‘aquel tiempo’ para entender las sensibilidades de ‘este tiempo’.  
Detrás del pasaje evangélico que escuchamos  hay una larga historia de tensiones entre la religión israelita y la del pueblo cananeo. Los profetas advirtieron constantemente a sus paisanos del peligro de la idolatría y de las prácticas religiosas de los cananeos… Así estaba el ambiente todavía en tiempos de Jesús. Cuando la mujer cananea se le acerca hay ya un camino andado  de conflictos, acercamientos y búsquedas. Entonces acontece algo inimaginable: los discípulos piden a su Maestro que atienda a la mujer.  Jesús les responde de manera tajante que ha sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Por tanto… Las palabras que dirige a la mujer son todavía más duras. Pareciera que los discípulos son los buenos y Jesús el malo. 
La actitud de la mujer es asombrosamente humilde. Nos recuerda al centurión, al buen samaritano y al publicano. Su respuesta es una gran lección de dignidad: “También los perritos -es decir, los paganos- se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos -es decir, los judíos-”. Jesús se sorprende y se conmueve al escuchar tan sabias palabras. Levanta a la mujer y le dice: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Con este gesto se rompen los muros que dividían a judíos y cananeos. Una vez más, la fe mueve cualquier tipo de  montañas. 
Mi veredicto es que no hay delito que perseguir. La dignidad de las personas que intervienen en el relato es respetada y su defensa/promoción es propuesta como tarea permanente  para los cristianos. La fe de la mujer es una fe en salida. Es la fe de los sencillos, los limpios de corazón, de quienes creen en Dios sin condiciones. Jesús se compadece y termina por sepultar prejuicios y perdonar historias destructivas.  Con su actitud revela la profundidad y el alcance de la fe. La mujer cananea cree totalmente en Jesús, Hijo de Dios.  
 Deseo que el regreso a la escuela -ahora sí todos- sea la mejor inversión humana para un presente y un futuro dignos. 

 

Imagen Zacatecas – Sigifredo Noriega Barceló




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