El Reino de Dios ha llegado, urge aceptarlo, como vocación que Dios hace por Cristo, con espíritu de fe y conversión y con la entrega total de la vida

Introducción Las lecturas de la misa de este domingo, nos expresan la necesidad y la urgencia para aceptar la vocación e invitación que Dios hace para participar de su Reino, que ya está cerca, dentro de la transitoriedad del tiempo histórico que pasa.  Nuestra vida sobre la Tierra es corta y con ella debemos responder … Leer más

Introducción

Las lecturas de la misa de este domingo, nos expresan la necesidad y la urgencia para aceptar la vocación e invitación que Dios hace para participar de su Reino, que ya está cerca, dentro de la transitoriedad del tiempo histórico que pasa. 

Nuestra vida sobre la Tierra es corta y con ella debemos responder al Señor y seamos súbditos de ese Reino de amor, paz, justicia y fraternidad sin límites y fronteras. 

Al mismo tiempo, entrando a formar parte del Reino de Dios, evitar el juicio divino condenatorio del cual los ninivitas se libraron con la predicación de Jonás y el arrepentimiento, dejando la mala vida y convirtiendo sus vidas a Dios con espíritu de sincera penitencia, dejando la mala vida y aceptando el llamado de Dios para un cambio favorable de vida rechazando las obras muertas del pecado y de la muerte (primera lectura). 

Lo mismo sucedió en las vidas de los primeros discípulos y seguidores de Cristo, cuando él los llamó junto al mar de Galilea, eran: Andrés, Simón, Santiago y Juan (evangelio). 

En estos hechos consignados por las lecturas bíblicas de este domingo, aparece la urgencia de respuesta al llamado de Dios. Consiste en dejarlo todo para ir en pos de Jesucristo, salvador del mundo y camino abierto hacia la casa del Padre con la ayuda del Espíritu Santo y siendo peregrinos por este mundo transitorio.

En la persona y mensaje de Jesús se instaura el Reino de Dios que nos salva

En efecto, en la persona, mensaje y obra de Jesús de Nazaret está ya presente la salvación que el Reino de Dios trae a los hombres. Por tanto, condición necesaria para acceder al Reino es realizar una conversión o arrepentimiento, de fe en Cristo. 

Esta conversión se manifiesta en la renovación de la mentalidad y de la conducta, del corazón y de toda la vida. 

De esta manera los profetas como Jonás, orientaron la vida de muchos para poder entrar en el Reino de Dios e igualmente Cristo ha llamado a todos los hombres para que arrepintiéndose de sus obras de pecado y muerte y de forma más excelente y superior en la línea apostólica que llevó a cabo Juan Bautista, quien invitaba a un arrepentimiento leal bautizando en las aguas del Río Jordán. 

Para nosotros los cristianos, nuestra conversión ha de ir acompañada de una adhesión a Cristo, porque aceptar la buena nueva es creer y seguir fiel e incondicionalmente a Cristo. 

Él es el evangelio del Reino.

Convertirse al Reino de Dios supone optar libremente y por amor, asumiendo los valores  que constituyen el centro y el corazón del evangelio, como son: verdad y vida, santidad y gracia, justicia, amor, fraternidad y paz, en oposición a los valores del puro tener los bienes materiales y la ambición egoísta que da el dinero ávida y obsesivamente conseguido y de manera insaciable, aún acosta de justificar los medios corruptos y criminales con el fin de poseer y disfrutar  sin tasa y sin medida. 

Es muy común querer tener, dinero a toda costa, poder, influencia, explotación y dominio esclavizante. En el interior de los hombres, en sus corazones, es donde ha de germinar y donde brota todo lo bueno y desgraciadamente lo malo y abominable que actualmente vemos en el mundo que nos rodea.

Conclusión

Hermanos y hermanas: con la fuerza y la gracia de esta eucaristía que estamos celebrando, si nos convertimos seriamente para tener y asumir los valores del Reino de Dios, abandonaremos los criterios del mundo y del hombre terreno, asimilando las actitudes y criterios básicos de las bienaventuranzas: pobreza, hambre y sed de justicia, fraternidad, solidaridad, no violencia criminal. 

Así como reconciliación, perdón, amor al hermano e incluso, siempre con la fuerza y la gracia divinas, poder perdonar a nuestros enemigos, como Jesús en el ara de la cruz poco antes de entregar su vida  al Padre por amor universal por todos los hombres de todas las razas y pueblos de la tierra. ¡Que así sea en nosotros ahora y para nuestro futuro, de acuerdo con el amor a Dios y a nuestros semejantes!

Obispo emérito de Zacatecas

Imagen Zacatecas – Fernando Mario Chávez Ruvalcaba