Crisis

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

¿Cuántas veces hemos evitado usted y yo la confrontación con una persona?

Me declaro culpable del pecado de omisión. Haciendo un recuento de mi vida acepto que en muchas ocasiones he optado por tomar el camino fácil del “laissez faire, laissez passer” del fisiócrata francés Vincent de Gournay -aunque hay quienes lo atribuyen a Pierre Samuel Du Pont de Nemours e, incluso, a Adam Smith- en lugar del “si no está roto, rómpalo” del motivador americano Robert J. Kriegel.

Y si bien uno y otro conceptos tienen su origen en contextos diferentes, el antagonismo de las ideas pone un buen marco a la reflexión que quiero hacer junto con usted que se toma la molestia de leerme.

¿Cuántas veces hemos evitado usted y yo la confrontación con una persona -cercana o no- o con un grupo de personas, en una reunión casual de amigos o en algún foro un tanto más formal como un seminario o una reunión de trabajo, por mera comodidad o ya para que la discusión termine en paz? ¿Se de cuenta de que en esas ocasiones hemos dejado ir la valiosísima oportunidad de hacerle el bien a alguien?

Así es. Defender una convicción o sostener nuestro propio punto de vista, sobre todo cuando el asunto trata de un tema de mucho fondo -como los valores humanos, por ejemplo- puede amenazar con destronarnos del puesto del simpático del momento pero pocas veces caemos en la cuenta de que el no hacerlo concede a otros el continuar viviendo en el error. Y no es que me las esté dando del poseedor absoluto de la verdad pero es que no es posible llegar a ella si no se permite entrar a la sala de discusiones a la crisis.

¡Entrar en crisis! ¡Pero si vivimos tratando de salir de ella! No me malinterprete, no soy partidario del conflicto ni del caos, pero quizás ese sea mi error. Mientras pensaba en plantearle esto que estoy haciendo ahora iba cayendo en la cuenta de que la discusión, el debate, aún el dejar que los ánimos se enciendan un tanto y se acalore la discusión ¡no son tan malos! Eso sí, siempre y cuando note usted que de aquello saldrá algo bueno para todos y que existe una genuina disposición a considerar todas las aristas porque no hay nada peor que tratar de dialogar con quien sólo abre el canal de salida a su “comunicación”.

Muchas veces creemos que cuando “le damos por su lado” a alguien le estamos haciendo un bien. Luego entonces nuestra intención no es mala. Pero el resultado sí. Y, así, sacrificamos para los otros un beneficio a largo plazo por conseguir un resultado favorable en el corto: no perder el tiempo o no desgastarnos con ello. Pensémoslo dos veces: quien se preocupa por ti siempre te dirá la verdad, aunque te duela. A veces te hace más bien un detractor que un adulador, siempre que éste persiga la verdad como único fin, por supuesto.

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