Cosmogonía dineraria

La modernidad nuestra, mexicana y parchada, parece un vestigio del futuro, una anciana erosión de una utopía imposible. Nació de un parto forzado por la energía gravitacional del dinero y una voracidad material insaciable, que en otras latitudes estuvo acompañada por una contraparte luminosa, cultural y jocunda, acaso ingenuamente optimista. En Europa, el impulso ilustrado … Leer más

La modernidad nuestra, mexicana y parchada, parece un vestigio del futuro, una anciana erosión de una utopía imposible. Nació de un parto forzado por la energía gravitacional del dinero y una voracidad material insaciable, que en otras latitudes estuvo acompañada por una contraparte luminosa, cultural y jocunda, acaso ingenuamente optimista.

En Europa, el impulso ilustrado de raigambre cultural produjo rizomas de larga duración, en los que proliferaron talantes humanos sagaces, acres y constructivos. Al lado del tufillo didascálico, creció un espíritu inquieto y rebelde que se negaba a venerar los dogmas y las verdades incólumes. Habitaba en el corazón de aquella visión una idea integral del cosmos, pletórica de tensiones nada despreciables, pero ajena a la menguada y restringida perspectiva que hoy el pensamiento único nos quiere vender como baratija científica y certeza indubitable.

En pleno brillo europeo, la riqueza simbólica del mito y de la sabiduría ancestral permanecía latiendo en el corazón de una mirada integradora del Universo. La tradición griega seguía inspirando a los pensadores menos toscos y reductivos, a aquellos que escapaban de la consideración técnica del mundo por su obvia estrechez y silvestre deflación de la existencia a relaciones puramente cuantitativas.

Aún los virreyes de aquel entonces padecían una melancolía provocada por las constantes caídas terrestres de la luna, astro a quienes los poetas atribuían propiedades perturbadoras de la subjetividad humana y del entorno natural. Entre las palabras y las cosas mediaba la imaginación simbólica con su
intensa capacidad para producir lo improbable. 

Un lenguaje libre de ataduras permanecía abriendo espacio al delirio ficcional y artístico, ciertamente atacado por la impostura realista, esa terca falsificadora de los procesos semióticos, que más tarde convertiría el discurso estético en esclavo del compromiso político y en servidumbre de las utilidades económicas.

Por el contrario, en México, es tiranía una religión pragmática que no respeta vida y naturaleza, por muchos golpes de pecho que hayamos escuchado hace unas semanas. Son respuestas hipócritas de la dinerogonía. 

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos




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