Ciudadanía europea

En algunos países de Europa, acaso los más castigados por la crisis económica y la instauración de una política financiera draconiana, amplios sectores ciudadanos han participado de lleno en la construcción de nuevas opciones partidarias. El rechazo a las instituciones tradicionales y a un sistema bipartidista plegado sobre sí mismo que sólo atiende los intereses … Leer más

En algunos países de Europa, acaso los más castigados por la crisis económica y la instauración de una política financiera draconiana, amplios sectores ciudadanos han participado de lleno en la construcción de nuevas opciones partidarias. El rechazo a las instituciones tradicionales y a un sistema bipartidista plegado sobre sí mismo que sólo atiende los intereses materiales e ideológicos de las élites empresariales y políticas, ha vigorizado la voluntad de cambio.

Los habitantes de Grecia y España abjuran del bipartidismo, como también de las perezosas y anquilosadas izquierdas convencionales. Han preferido participar en la construcción de alternativas que lleven a los escenarios del poder sus expectativas y necesidades, rechazando así los privilegios de la actual casta política. Syriza y Podemos son los nuevos hijos de este limo, que poco a poco se ha ido sedimentando en Europa. 

Arropados en sus raídas cobijas doctrinarias, los defensores del desastre nada han entendido de la colosal intensidad del hartazgo y del sufrimiento ciudadanos. 

Por el contrario, han optado por meter miedo en el cuerpo del votante para evitar que la conciencia actúe libremente y destruya de este modo la retórica de la ilusión postergada. Es imposible tragarse el silogismo silvestre que repiten machaconamente los portavoces del sistema: el dolor de hoy es la felicidad del mañana. Los mexicanos conocemos perfectamente el significado de este artilugio que conlleva el aplazamiento infinito de la prosperidad.

Sin ruborizarse por el tufillo antidemocrático y el lance irracional de sus cantinelas, las derechas, y también algunas izquierdas, han alertado a la población sobre las amenazas de un populismo que, según el punto de vista suyo, promete lo que nunca será. Y lo hacen sin inmutarse, sentados sobre las ruinas creadas por sus propias políticas inhumanas. 

Angustiados y extraviados en los plisados que tejieron durante décadas, no alcanzan a avizorar que sus arengas terroríficas son un insulto para aquellos que se han tomado en serio uno de los preceptos más relevantes del orden democrático: la democracia tiene su origen en la soberanía del pueblo.

A falta de ingenio, los voceros de las élites llaman populismo a lo que no se deja domeñar por los intereses y deseos de los que mandan. Pedir castigo para los banqueros expoliadores y los políticos corruptos es populismo. Buscar rutas económicas y financieras que no pasen por destruir la vida de personas y comunidades es populismo. Defender las políticas que eviten la concentración extrema de la riqueza en el 1% de la población es populismo. Defender las políticas sociales que permiten una redistribución justa del capital humano y de los recursos esenciales es populismo.

Claro, para aquellos los intereses ciudadanos son populistas, indeseables.

Imagen Zacatecas – Miguel G. Ochoa Santos