Sin confianza en el sistema

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Todo delito, menor o mayor, viene acompañado de un castigo.

No recuerdo con quién comentaba lo curiosos que somos los mexicanos cuando vamos por una temporada al extranjero, primordialmente a los Estados Unidos o a Canadá. Que hasta el más desobligado por lo general respeta las reglas y se comporta diferente que cuando se encuentra en México: no excede los límites de velocidad, no tira basura en la calle, cruza las avenidas por las esquinas y cuando se lo permite el semáforo, se forma en las filas, mantiene limpios los baños y dice “excuse me” cuando va a pasar al lado de una persona. ¡Ah! y por ningún motivo se atreve a ofrecer “mordida” a un oficial de policía que le detiene por haber cometido una infracción de tránsito.

También en los caminos de México existen límites de velocidad y están claramente señalados. Y hay vigilancia. También en las calles de México están dibujadas las rayas de cebra en el piso para que las crucemos por las esquinas y también aquí hay semáforos. También en la mayoría de las áreas públicas hay botes de basura y letreros de “deposite la basura en su lugar”. En suma, también en México hay un marco legal que regula nuestra convivencia con otros. Luego entonces ¿por qué el mismo mexicano que no obedece esas normas aquí sí va y se somete a ellas allá?

Creo que la respuesta está en la confiabilidad del sistema. Todo delito, menor o mayor, viene acompañado de un castigo. Cuando se comete el delito y el castigo no llega o hay forma de “evadirlo”, se pierde confiabilidad en el sistema. Cada vez que el que está para aplicar la ley se hace de la vista gorda o “hacen que se haga” de la vista gorda o sencillamente no está ahí, en donde debe de estar para que se vigile al posible infractor, se pierde confiabilidad en el sistema. Y, por supuesto, cuando los que mueven los hilos del sistema lo hacen para favorecer a ellos o a otros con condiciones para ganar riqueza o poder de forma cínica y descarada, se termina por dar el tiro de gracia a esa poca confiabilidad que todavía podría quedar en aquel sistema.

Por eso los mexicanos aquí, que, por supuesto, no creemos en el sistema, andamos buscando la forma de sacarle la vuelta. Si el administrador de justicia no es justo, es decir, no da a cada quien lo suyo y si la figura pública a la que se supone que elegimos para que nos consiga salud, educación y seguridad se burla de nosotros y nos devuelve a cambio del voto un atolote con el dedo, ¡claro que optaremos por no confiar en el sistema que ambos manejan!

Y todavía quieren que los juzgadores de lo que está bien o está mal salgan no de las escuelas de leyes sino del mismo montón del que han ido saliendo los que le restan confiabilidad al sistema… Vaya usted a saber.

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