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Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Uno de los primeros contactos del Principito, recién aterrizado, es aquel vendedor de pastillas “que calman la sed” y permiten a su usuario ahorrar “cincuenta y tres minutos a la semana“. Dudoso, el Principito se pregunta: “¿Y qué hacemos con estos cincuenta y tres minutos?”   La misma pregunta ahora podría hacerse a los residentes de las grandes ciudades, donde … Leer más

Uno de los primeros contactos del Principito, recién aterrizado, es aquel vendedor de pastillas “que calman la sed” y permiten a su usuario ahorrar “cincuenta y tres minutos a la semana“. Dudoso, el Principito se pregunta: “¿Y qué hacemos con estos cincuenta y tres minutos?”

 

La misma pregunta ahora podría hacerse a los residentes de las grandes ciudades, donde las aplicaciones evitan hacer cola en los restaurantes y las plataformas de streaming ahorran el tiempo de viaje al cine. Aún más, durante los últimos meses, los habitantes de las ciudades han podido recibir sus comestibles en minutos, sin siquiera moverse del sofá, gracias a una gran cantidad de aplicaciones dedicadas. Parafraseando al cándido Príncipe de Saint-Exupéry, ¿qué ganamos haciendo clic en estas invitaciones a la ociosidad?

 

“El super en 15 minutos”. Esta promesa de una nueva utopía urbana se muestra en todas partes, en mayúsculas sobre colores llamativos. Nombres de startups fácilmente identificables y también de las cadenas de supermercados que conocemos hace años han saturado nuestro espacio visual, con una simple promesa: entregar cada producto, desde el paquete de papas fritas hasta botellas de cerveza, lo más rápido posible, a cualquier hora del día. Después de solo unos meses de oferta, los consumidores del mundo ya los tienen en cuenta y los inversores los siguen sin pestañear. Así, por citar un solo ejemplo, la alemana Flink, recién nacida en 2020, ya recaudó 300 millones de euros desde enero y reclama varios miles de empleados en Europa. Esta es solo la parte emergente del sector de entrega de comestibles a domicilio, que tiene docenas de otras marcas en México, Norteamérica y Europa; Amazon, Walmart, Soriana, Aurrerá, Picnic, Bam o Houra y un montón más.

 

Ciertamente, en todo el mundo, “unas pocas de estas compañías sobrevivirán a esta guerra de trincheras”, dice uno de los actores en el mercado de entrega a domicilio, pero la oleada está en marcha. Se suma al streaming bajo demanda y las entregas de restaurantes, y en general a un número creciente de aplicaciones que, facilitando la vida cotidiana, te animan a no cruzar más el umbral de tu puerta. En otras palabras, ahora es posible pasar semanas completas en la sala de estar, sin otro contacto humano que con el mensajero en la puerta de la casa.

 

Todo se hace hoy para que tengamos que hacer cada vez menos esfuerzo posible. Queremos suprimir el esfuerzo olvidando que la ociosidad es psíquicamente perjudicial. El peligro de esta nueva economía radica en la promesa de recompensas fáciles sin trabajo. Los humanos no sabemos cómo manejar psicológicamente una gratificación sin esfuerzo.

 

Digan lo que digan estas empresas, la proliferación de servicios de entrega con un solo clic por capricho explota la misma raja humana: la pereza. Históricamente, intelectuales y religiosos han advertido de los peligros de una civilización parasitada por la ociosidad. Así, la Biblia está llena de referencias al tema, como la advertencia en la parábola de los talentos, que culpa al que esconde el nido de huevos en lugar de trabajar para ser fructífero. Estos textos son ciertamente de actualidad.

 

El mundo técnico y digital impide que el hombre viva plenamente en sus carnes, que aprecie la relación con el mundo, con la vida, con la exigencia de la realidad. De ahí el drama de acostumbrar a los niños desde temprana edad a las pantallas, en la ilusión de conseguirlo todo de forma inmediata, sin esfuerzo y sin la paciencia que requiere aprender las realidades más elevadas: amistad, fraternidad, laboriosidad. Un filósofo devoto, Blaise Pascal continuará esta reflexión bíblica sobre la precedencia del esfuerzo sobre el placer. “Nada nos gusta más que pelear, pero no la victoria”, dice. A lo que añadiría Hélie de Saint Marc, siglos después: “Todo se conquista, todo se gana. Si no se sacrifica nada, no se obtiene nada”.

 

Estas nuevas aplicaciones también pueden privar a las personas de interacciones sociales básicas, por ejemplo, según la Fondation de France, el 14% de los franceses sufren hoy aislamiento, en comparación con el 9% hace diez años. Y Alain Damasio, el escritor francés de ciencia ficción, pregunta: “¿Será el hombre un animal social sólo hasta cierto punto? ¿Y este punto será la satisfacción de sus necesidades sin la interacción humana?” Continua, “si me alimentan sin necesidad de moverme, si me entretengo sin tener que ir a un cine, si mis fantasías, deseos, los objetos que amueblan mi casa pueden venir directamente, ¿mis ganas de contacto con otros serán suficientemente poderosas como para que yo salga?” Empujadas al extremo, ¿podrían las sociedades del “todo entregado” hacer peligrar definitivamente la visión ya obsoleta del centro de las ciudades como corazones de sus vidas?

 

Entonces, para seguir “haciendo sociedad”, ¿deberíamos limitar nuestro apetito por estas aplicaciones que, ciertamente, ahorran mucho tiempo? Antes de dejar al mercader de pastillas que ahorran el tiempo dedicado a buscar agua, el Principito entregó su propia respuesta: “Yo, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría despacio hacia una fuente …”




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